
Sin embargo, debemos tener en cuenta ciertas cosas. No debemos olvidar que los primigenios, como su nombre sugiere, son seres primordiales que llevan existiendo incontables eones, que estaban aquí mucho antes incluso que los mundos.
Sólo hay que imaginar una inteligencia inmensa, inabarcable. Que trasciende con creces el concepto humano de inteligencia. Una inteligencia que, con sólo pensar en ti, es capaz aniquilarte.
Lo interesante de estos seres es que no funcionan a escala humana, como todo lo que ha creado el hombre. Incluso el dios más omnipotente del hombre sufre de sus limitaciones, al menos a la hora de ser narrado. Lo verdaderamente interesante, repito, de los primigenios es que no tienen por qué actuar como esperas. No tienen, ni siquiera, que ser como esperas. No puedes esperar nada de ellos. Incluso siendo seres de ficción, son inabarcables para la imaginación humana.
Este terrible poder que sólo podemos sospechar se entrelaza con el miedo a lo desconocido, y ahí tenemos el profundo pavor de que se inunda un personaje al cruzarse con uno de ellos. Es lógico (palabra un tanto fuera de lugar en este texto) pensar que puedan romper tu mente sólo con mirarte, simplemente por el choque de voluntades. Su tamaño no es más que el primer fascículo de su poder, y el primero es siempre más barato.
Y la gracia de todo el asunto es que representan el Caos primordial que precede a la creación de todas las cosas. El estado primigenio antes de que el Big Bang ordene el mundo. No veamos lo que hay antes del Big Bang como la Nada. Conceptualmente, podemos decir que hay un estado de caos creativo (en el que nadan todas las posibilidades de manera desordenada) y el Big Bang es un acto creador que separa y ordena las cosas.
Pues toda la fuerza de ese estado primordial les pertenece, es más, son esa fuerza. Imagina -si puedes- lo que pueden hacer con ella a parte de freírte el cerebro.